
Estos individuos alzan en un ejercicio de cinismo la bandera de la libertad de expresión cuando lo que buscan es libertad de agresión, y las buenas gentes en vez de mandarlos a zurrir mierdas con un látigo les otorgan el cómodo trono del liderazgo de audiencia, y todo por 20 minutos de malsana curiosidad. Y mientras el monstruo cotilla y provinciano que todos llevamos dentro se sacia de su comida basura, el poder de nuestras deidades carroñeras va creciendo, traspasando las fronteras de la decencia y la ética profesional. En este mundo de locos su opinión vale más que la de un ministro y sus declaraciones tienen más cobertura mediática que las del Dalai Lama.
Este poderoso lobby va camino de convertirse en una verdadera mafia y ya pocos valientes (o temerarios) se atreven a plantarle cara, pero un servidor quiere aportar su granito en esta revolución silenciosa contra los omnipresentes agitadores de nuestra mala curiosidad. Un saludo.